Howl

Para la lectura en "Homage to Allen Ginsberg".
New York, 2006

En 1956, cuando se publicó el poema "Howl", había en España cosas posibles y cosas imposibles.

Era posible que el día en que el General Franco marchaba de vacaciones, la carretera de Madrid a la costa vasca estuviera vigilada por cinco mil guardias; un guardia por cada cien metros. Y que ese día, en esa carretera, entre guardia y guardia, hubiera de vez en cuando cocineros vestidos con su gorro blanco, cocineros que preguntaban "¿Ya llega? ¿Ya viene?" removiendo la sopa de pescado o rellenando las alcachofas con jamón. Y el General llegaba, los cocineros saludaban con el brazo en alto, los guardias saludaban presentando sus armas; pero el General no paraba, no comía; no saludaba, seguía hacia el mar donde todos los años sin excepción pescaba un hermoso atún.

También era posible, en España, en 1956, o incluso en 1959 -cuando la segunda edición de "Howl"- que llegara la primavera con su Semana Santa y no se pudiera bailar en público; que todos los bailes estuvieran prohibidos por orden gubernativa. Era posible también, en esa Semana Santa, que los campesinos más beatos separarán al gallo de las gallinas, y lo metieran en una caja de madera donde no pudiera cometer ningún pecado, ni siquiera el solitario.

Era posible, en 1959 y más tarde, cuando "Howl" ya era un poema popular entre muchos jóvenes americanos, que un policía parara a unos transeuntes en una calle de Bilbao y les preguntara "¿Quién destruyó Gernika?", y que los interpelados tuvieran que contestar: "Los rojos". Cuando, en 1960, uno de los mejores poetas españoles del siglo XX, también uno de los más valientes, -Blas de Otero- quiso escribir un poema sobre Guernica decidió, por prudencia, desfigurar el nombre y recurrir al anagrama. Lo tituló Ca ni guer.

Blas de Otero publicaba sus poemas fuera de España, en Méjico, Puerto Rico o París, y en muchos de ellos sólo pedía lo elemental. Le ocurría a él y les ocurría a todos los poetas políticos o proféticos que escribían en España en la época en que los cocineros salían a las carreteras y los gallos se pasaban la Semana Santa metidos en cajas: pedían lo elemental, lo básico; pedían la paz y la palabra.

"Pido la paz y la palabra ( decía Blas de Otero )
Escribo
en defensa del reino
del hombre y su justicia. Pido
la paz
y la palabra. He dicho
"silencio",
"sombra", "vacío",
etc.
Digo
"del hombre y su justicia"
"oceáno pacífico",
lo que me dejan.
Pido la paz y la palabra.

Todo eso y mucho más era posible en el país sometido a la dictadura del General Franco. Lo que no era posible era la publicación de un poema como "Howl". Pero no únicamente por la censura, como en el caso de los poemas de Blas de Otero; sino por la imposibilidad de que alguien pudiera ponerse en el lugar de Allen Ginsberg o en el de los protagonistas de su poema. ¿Quiénes eran esos grandes espíritus que se arrastraban de madrugada por las calles de los negros en búsqueda de la droga urgente? ¿Qué era la marihuana?. ¿Y la mescalina? Ni idea. "Howl" hablaba de otro planeta. De llegar a publicarse, habría sido, en la España de principios de los sesenta, un OVNI.

El poema se publicó por fin en 1970, en un libro titulado Antología de la "Beat Generation". Los tiempos habían cambiado algo: los cocineros se habían vuelto más discretos, los atunes no picaban, los gallos hacían vida normal, los jóvenes acudían al baile incluso en primavera, y en el baile -esto fue lo más importante- escuchaban canciones que nunca antes se habían escuchado: Twist and Show, Qué noche la de aquel día, The house of the rising sun, Satisfaction, Like a woman, Walking in the wild side, Sitting on the etc, California dreaming, Susy Q…Las canciones precedieron la salida del libro de Allen Ginsberg y lo hicieron posible.El platillo volante pudo por fin aterrizar en España.

El editor y el traductor -Marcos Ricardo Barnatán- actuaron con astucia para que aquel aterrizaje fuera suave. Así, en la contraportada del libro colocaron estos versos, quizás los más amables del poema:

"El peso del mundo es amor…
no hay sosiego sin amor,
no se duerme sin sueños de amor
sea frío o demencial,
obsesionado con ángeles o máquinas,
el deseo final es el amor…

Los versos también venían en la primera página del libro, acompañados de una cita de Henry Miller a favor de la risa y en contra de la guerra; además, aquel Howl español de 1970 era, en realidad, un fragmento de "Howl". La versión no llegaba a los párrafos donde Allen Ginsberg se refiere a los que repartían "panfletos supercomunistas en Union Square" o a los que follaban hasta consumirse en el éxtasis…una cosa era que los atunes no picaran o que los gallos hicieran vida normal; otra que el Cocinero Mayor y sus censores se chuparan el dedo.

Dos palabras, ahora -para acabar- acerca del paraíso…

Cuentan en el País Vasco que unos excursionistas que estaban comiendo en el refectorio de un monasterio de montaña, se dirigieron a un fraile que acaba de empezar a tomar su sopa -sopa de gallina, en esta ocasión- y le preguntaron: "Padre, ¿qué es el paraíso?". A lo que el fraile, abriendo sus brazos para acoger el plato, la mesa y el comedor entero, respondió: "Pues esto, queridos hermanos. Estos olores, este sabor, este ambiente que tenemos aquí". Los excursionistas se vieron obligados a reconocer que el fraile tenía las ideas claras. Lo que, hablando de paraísos, no es poca cosa. Recuérdese la propuesta del poeta Auden, pidiendo al lector de su libro "The dyer's hand" respuestas concretas a preguntas como: "¿qué temperatura media tendría su paraíso? ¿De que tamaño serían sus ciudades?". Es difícil responder a cuestionarios como éste. Es difícil tener las ideas claras con respecto al paraíso.

No diré que los poetas proféticos o de protesta de mediados del siglo XX. -Blas de Otero, Allen Ginsberg y todos los demás- tuvieran las ideas claras, o que pudieran responder con la contundencia del fraile de la sopa de gallina; pero sí tenían una cierta idea del paraíso; sí hubiesen podido responder a una buena parte del cuestionario de Auden.

De la misma forma que Oseas, Amós o Jonás creían saber lo que pensaba Javeh, lo que le disgustaba del mundo y lo que exigía a quienes quisieran alcanzar la Jerusalén Celeste, Blas de Otero creía saber lo que disgustaba y era inaceptable para la diosa de la Justicia y estaba convencido de que la Jerusalem celeste del siglo XX era la utopía comunista; utopía que, en Allen Ginsberg, sin ser de signo comunista, también tenía que ver con formas de vida alternativas, antiburguesas, liberadoras; con formas de vida en las que triunfase el Amor. Porque…

"El peso del mundo es amor…
no hay sosiego sin amor,
no se duerme sin sueños de amor
sea frío o demencial,
obsesionado con ángeles o máquinas,
el deseo final es el amor…

Lo digo de nuevo: ellos tenían una idea de cómo debía ser el paraíso. Y de esa idea provenía su fuerza, la capacidad de sufrir, su vehemencia en la protesta, su actitud heroica. Pensemos por un momento en un tercer poeta, en el turco Nazim Hikmet: ¿Hubiera podido soportar -con la entereza y la alegría con que los soportó - los casi 20 años que pasó en la cárcel a causa de sus poemas?. No sé si una idea del paraíso -es decir, una fe- mueve montañas. Lo que sí sé es que movió la mente y la mano de muchos que escribieron en el pasado y convirtieron a la poesía en algo necesario, es decir, importante.

En 1956, cuando se publicó el poema "Howl", había en España cosas posibles y cosas imposibles. Ahora -ahora que estoy leyendo la versión en lengua vasca del poema, publicada con motivo del 50 aniversario del poema- también hay cosas posibles e imposibles. En España y en el mundo.

Entre las posibles está Moloch, el mismo Moloch que citaba Allen Ginsberg: "¡Moloch donde el amor es petróleo y piedra sin fin!"…

Entre las cosas imposibles está la fe en un paraíso, porque ya sabemos que las anteriores, las del siglo XX, las que empujaron a Blas de Otero, Nazim Hikmet o Allen Ginsberg acabaron en otro Moloch o en la nada.

En estas circunstancias -con Moloch presente, sin idea de paraíso-, ¿tendrán fuerza los poetas¿puede ser la poesía importante? ¿Puede ser necesaria para la gente? Me viene ahora a la mente un autómata que se expone en el museo de títeres del Monte Tibidabo, en Barcelona: se enciende la luz en la caja de cristal, suena un organillo, el poeta -vestido de arlequín- se pone a escribir. Escribe y sigue escribiendo hasta que, de pronto, la luz comienza se apaga y la música del organillo deja de sonar. Arlequín -el poeta- se queda entonces con la cabeza caída; no sé si dormido o muerto. Espero que no sea ésta la imagen de los poetas del siglo XXI, privados de la idea de paraíso; prefiero pensar que se parecerán más a los gallos que encerraban en cajas de madera, y que algo de ruido podrán hacer.

Bernardo Atxaga